He de reconocer que, para ilustrar esta entrada no tengo el suficiente material gráfico. Y el que tengo, no hace demasiada justicia a la realidad del lugar que plasma. Ello es debido a que, al recorrer este paraje, estuvimos más pendientes de no despeñarnos y de salir de allí con vida que de grabar vídeos y tomar fotografías en condiciones. Ese hecho da una idea aproximada del terreno del que vamos a hablar hoy...
Cada vez que circulaba por la carretera CM-210, tras pasar junto al municipio de La Frontera, me fijaba en un cerro que queda a la derecha (si subes en dirección a Cañamares) que presenta un corte profundo y, al parecer, muy estrecho. Siempre que pasaba escrutaba el lugar, eso sí desde lejos (desde la carretera hay 2,6 kilómetros en línea recta hasta este paraje), intentando averiguar si esa hendidura atravesaba por completo la montaña, creando un desfiladero realmente angosto que debía ser impresionante. Algo así imaginaba yo, pero no se veía nunca gran cosa... y tuve que acercarme más para hacerme una idea más clara del reto al que quería enfrentarme.
Lo hice el sábado 5 de mayo. Volví hasta este municipio situado al final de la comarca del Campichuelo y a las puertas de la Serranía de Cuenca para comprobar si era posible hacer una travesía por donde, desde hacía tiempo, tenía en mente hacerlo: el paraje de los Covachuelos.
Cada vez que circulaba por la carretera CM-210, tras pasar junto al municipio de La Frontera, me fijaba en un cerro que queda a la derecha (si subes en dirección a Cañamares) que presenta un corte profundo y, al parecer, muy estrecho. Siempre que pasaba escrutaba el lugar, eso sí desde lejos (desde la carretera hay 2,6 kilómetros en línea recta hasta este paraje), intentando averiguar si esa hendidura atravesaba por completo la montaña, creando un desfiladero realmente angosto que debía ser impresionante. Algo así imaginaba yo, pero no se veía nunca gran cosa... y tuve que acercarme más para hacerme una idea más clara del reto al que quería enfrentarme.
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Mapa de la situación de este paraje. Arriba a la derecha, se encuentra el objetivo: los Covachuelos. |
Lo hice el sábado 5 de mayo. Volví hasta este municipio situado al final de la comarca del Campichuelo y a las puertas de la Serranía de Cuenca para comprobar si era posible hacer una travesía por donde, desde hacía tiempo, tenía en mente hacerlo: el paraje de los Covachuelos.
Una vez aparcado el coche en la pista de tierra que sale tras la señal del punto kilométrico 25, a la derecha, comencé a andar por caminos de labranza hasta dar con el cauce seco del Arroyo de la Cañada del Royo. En lugar de seguir directamente el cauce, avancé campo a través una vez moría el camino, ascendiendo ladera arriba hasta meterme en una barranquera muy empinada y estrecha que subía y subía, sin dejarme ver bien por dónde iba progresando. Tras un rato avanzando por aquí, me di cuenta de que me había desviado de la trayectoria, cosa que me confirmó el GPS al echar un vistazo. Pues vaya...
¿Y ahora? Media vuelta. Tiempo perdido, energía malgastada y el clima que empieza a empeorar poco a poco. Avecina tormenta. He oído algún trueno a lo lejos.
Bajo el tramo que había recorrido por la barranquera, salgo de ella, me oriento y comienzo a buscar otra vez el cauce seco. Aquí el terreno es más abierto. Una vez he vuelto al cauce empiezo a andar por él. Ya veo mi objetivo. Ya estoy en la dirección correcta, aunque el avance por aquí (está lleno de piedras empotradas en terrones de tierra seca, a su vez erosionada por el agua) se hace lento. Hay que andar con cuidado por aquí para no torcerte un tobillo.
Al acercarme más, de lo primero que me dí cuenta fue de que no había tal hendidura. La roca no estaba completamente labrada formando un desfiladero rocoso estrecho, como yo había pensado, sino más bien, se trata de una empinada ladera surcada por dos ramblas que se arrincona entre moles de caliza bastante desgajadas en algunos puntos. La parte superior parece prácticamente cerrada por torres de roca caliza. Un agreste anfiteatro natural, vamos.
Ya en este rincón, el cauce seco y sin pendiente por el que venía se convierte en una rambla muy empinada que se ramifica un par de veces. Las paredes de roca gris y desgajada que me rodean son mucho más altas de lo que parecen desde lejos, y el terreno... muy complicado de transitar. Voy ascendiendo mientras la pendiente de la rambla aumenta con rocas de todos los tamaños empotradas en terrones de tierra más o menos compacta. Cada vez que apoyo el pie en una de ellas para subir un resalte, me da la sensación de que se va a desprender y caer, y yo con ella.
He ascendido un poco por el interior ya de este paraje, pero el camino se sigue empinando cada vez más, y las nubes que surcan el cielo cada vez son más oscuras. Desde el punto hasta el que he llegado parece que, aunque complicado y peligroso, el ascenso se puede continuar por la izquierda pegado a la pared de roca, a pesar de que no pude ver bien cómo era ese tramo, parece que las rocas verticales dejan por ahí un posible paso. Está bien como toma de contacto, así que vuelvo al coche mientras comienzan a caer algunas gotas. Ya sé por dónde enfrentarme a este paraje, pero no será hoy.
Misión de reconocimiento finalizada.
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Bajando en busca del cauce seco del Arroyo de la Cañada del Royo, tras subir en un principio por donde no era. |
¿Y ahora? Media vuelta. Tiempo perdido, energía malgastada y el clima que empieza a empeorar poco a poco. Avecina tormenta. He oído algún trueno a lo lejos.
Bajo el tramo que había recorrido por la barranquera, salgo de ella, me oriento y comienzo a buscar otra vez el cauce seco. Aquí el terreno es más abierto. Una vez he vuelto al cauce empiezo a andar por él. Ya veo mi objetivo. Ya estoy en la dirección correcta, aunque el avance por aquí (está lleno de piedras empotradas en terrones de tierra seca, a su vez erosionada por el agua) se hace lento. Hay que andar con cuidado por aquí para no torcerte un tobillo.
Al acercarme más, de lo primero que me dí cuenta fue de que no había tal hendidura. La roca no estaba completamente labrada formando un desfiladero rocoso estrecho, como yo había pensado, sino más bien, se trata de una empinada ladera surcada por dos ramblas que se arrincona entre moles de caliza bastante desgajadas en algunos puntos. La parte superior parece prácticamente cerrada por torres de roca caliza. Un agreste anfiteatro natural, vamos.
Ya en este rincón, el cauce seco y sin pendiente por el que venía se convierte en una rambla muy empinada que se ramifica un par de veces. Las paredes de roca gris y desgajada que me rodean son mucho más altas de lo que parecen desde lejos, y el terreno... muy complicado de transitar. Voy ascendiendo mientras la pendiente de la rambla aumenta con rocas de todos los tamaños empotradas en terrones de tierra más o menos compacta. Cada vez que apoyo el pie en una de ellas para subir un resalte, me da la sensación de que se va a desprender y caer, y yo con ella.
He ascendido un poco por el interior ya de este paraje, pero el camino se sigue empinando cada vez más, y las nubes que surcan el cielo cada vez son más oscuras. Desde el punto hasta el que he llegado parece que, aunque complicado y peligroso, el ascenso se puede continuar por la izquierda pegado a la pared de roca, a pesar de que no pude ver bien cómo era ese tramo, parece que las rocas verticales dejan por ahí un posible paso. Está bien como toma de contacto, así que vuelvo al coche mientras comienzan a caer algunas gotas. Ya sé por dónde enfrentarme a este paraje, pero no será hoy.
Misión de reconocimiento finalizada.
Ya me había hecho una idea. Justo un mes después volví una tarde, junto a Hermano Errante, a intentar cumplir el
reto. Esta vez en la mochila llevábamos una cuerda para bajar asegurando el uno al otro en caso de no poder salir finalmente por arriba. Sabíamos dónde nos metíamos. Aun así, yo creo que habría sido muy peliagudo bajar por donde estábamos subiendo... suerte que no tuvimos que hacerlo.
Con Hermano Errante me planté en poco tiempo en el lugar hasta el que había llegado en solitario un mes antes, pero a partir de ahí, estaba lo complicado. Antes de la mitad de la subida, empiezan las dudas: Hermano Errante dice que subir por donde yo indico es peligroso y no lleva a ninguna parte, y que él prefiere salir del corredor por el que vamos y hacer una travesía por la roca de nuestra derecha para subir a lo alto del sitio mostrado en la fotografía anterior, por donde se despeñaría el agua en caso de llevarla el arroyo. No lo veo nada claro. Esa roca es muy vertical. Por mi parte, propongo seguir por la barranquera hasta arriba del todo, en línea recta, y allí bordear el muro de roca de la parte alta hasta encontrar un paso para salir.
Por suerte, y por mi cabezonería, seguimos mi criterio esta vez. Cuando por fin llegamos arriba, vimos que, de haber seguido la ruta que proponía Hermano Errante, seguramente habríamos quedado bloqueados y posiblemente habríamos tenido que echar mano de la cuerda para salir de allí.
Por aquí ya había que llevar mucho ojo con desprender piedras para que no alcanzaran a mi hermano que subía por detrás; por ello dejábamos un margen de seguridad entre uno y otro, y yo avisaba cuando alguna piedra se desprendía, aunque no fueron muchas.
Un poco más arriba, la rambla por la que subíamos, se iba encajonando cada vez más.
Pasada la mitad de la subida, en las rocas que quedaban a nuestra izquierda vimos una hembra de cabra montés. Estos animales, al vivir en lugares tan escarpados e inaccesibles no suelen huir nada más ver personas sino que aguantan observando a los intrusos un rato (al menos la gran mayoría de cabras montesas con las que me he cruzado en mis salidas al monte, ha sido así), por lo que pudimos acercarnos por debajo a ella, lo cual es bastante peligroso ya que en sus alocadas huidas estos animales suelen desprender rocas de las pendientes en las que habitan. Y eso fue exactamente lo que pasó, al llegar a su altura huyó por entre las rocas que había encima suya y de regalo dejó caer un par de piedras del tamaño de un puño que impactaron contra el suelo peligrosamente cerca de nosotros.
A partir de aquí la cosa se ponía aún más escarpada si cabe. Mirar hacia abajo suponía sufrir un pequeño temblor de piernas. Pensar en una caída desde aquí podía paralizarte momentáneamente de miedo. Pero teníamos que seguir. No había vuelta atrás.
Cuanto más arriba estábamos, más complicado se veía el asunto. Pero ya casi en la zona final, donde había que trepar con manos y pies un par de resaltes de un par de metros de altura que daban muy poca seguridad, descubrimos algo. El corredor por el que habíamos estado subiendo se iba estrechando cada vez más, hasta estar encajado entre paredes de roca. La pared izquierda era normal, de caliza desgajada; pero en la pared derecha había algo que no debería estar ahí. No de esa forma. No al descubierto. No en la superficie.
Que, ¿por qué? Pues porque... ¡era un espeleotema! ¡Una colada de calcita que ocupaba un tramo de pared de unos 10 metros! Eso nos llevó a pensar que todo este corredor por el que subíamos hace mucho, mucho tiempo, debió ser una cueva. ¡Y vaya cueva! Debía ser impresionante, viendo la configuración de las rocas.
Esta teoría, de que ahí había una cueva, encaja con el desgaste irregular que han sufrido las rocas de la zona, en algunos puntos muy desgastadas, y en otros no tanto, como si esos sitios hubiesen quedado expuestos al exterior en una época más tardía que los más deteriorados a causa de los elementos. Eso sí... debido a que estaba en un sitio de enorme inclinación y donde había que realizar un par de trepadas delicadas, no nos paramos a sacar alguna foto o vídeo de esta curiosa pared subterránea que está en el exterior (ahora me arrepiento), pero para mí quedó bastante claro que era una colada igual que las que se forman en las cuevas, y no una cascada seca de toba ni nada del estilo.
Pasada la colada, ya quedaba poco para terminar la subida, pero aún había que buscar un paso para rebasar la pared de roca que corona todo este paraje. Nos desviamos a la derecha, y salimos a lo más alto sin tener que trepar más. Habíamos llegado sanos y salvos, eso sí... con las piernas temblando. ¡Vaya subidita, joder!
Ahora, las vistas desde arriba... espectaculares.
Con Hermano Errante me planté en poco tiempo en el lugar hasta el que había llegado en solitario un mes antes, pero a partir de ahí, estaba lo complicado. Antes de la mitad de la subida, empiezan las dudas: Hermano Errante dice que subir por donde yo indico es peligroso y no lleva a ninguna parte, y que él prefiere salir del corredor por el que vamos y hacer una travesía por la roca de nuestra derecha para subir a lo alto del sitio mostrado en la fotografía anterior, por donde se despeñaría el agua en caso de llevarla el arroyo. No lo veo nada claro. Esa roca es muy vertical. Por mi parte, propongo seguir por la barranquera hasta arriba del todo, en línea recta, y allí bordear el muro de roca de la parte alta hasta encontrar un paso para salir.
Por suerte, y por mi cabezonería, seguimos mi criterio esta vez. Cuando por fin llegamos arriba, vimos que, de haber seguido la ruta que proponía Hermano Errante, seguramente habríamos quedado bloqueados y posiblemente habríamos tenido que echar mano de la cuerda para salir de allí.
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Mirada hacia atrás. Por aquí comenzaban las dudas sobre la el itinerario a seguir, y aún quedaba un buen trecho de ascenso... |
Por aquí ya había que llevar mucho ojo con desprender piedras para que no alcanzaran a mi hermano que subía por detrás; por ello dejábamos un margen de seguridad entre uno y otro, y yo avisaba cuando alguna piedra se desprendía, aunque no fueron muchas.
Un poco más arriba, la rambla por la que subíamos, se iba encajonando cada vez más.
Más o menos a mitad del recorrido. Por aquí se iba encajonando la rambla.
Pasada la mitad de la subida, en las rocas que quedaban a nuestra izquierda vimos una hembra de cabra montés. Estos animales, al vivir en lugares tan escarpados e inaccesibles no suelen huir nada más ver personas sino que aguantan observando a los intrusos un rato (al menos la gran mayoría de cabras montesas con las que me he cruzado en mis salidas al monte, ha sido así), por lo que pudimos acercarnos por debajo a ella, lo cual es bastante peligroso ya que en sus alocadas huidas estos animales suelen desprender rocas de las pendientes en las que habitan. Y eso fue exactamente lo que pasó, al llegar a su altura huyó por entre las rocas que había encima suya y de regalo dejó caer un par de piedras del tamaño de un puño que impactaron contra el suelo peligrosamente cerca de nosotros.
A partir de aquí la cosa se ponía aún más escarpada si cabe. Mirar hacia abajo suponía sufrir un pequeño temblor de piernas. Pensar en una caída desde aquí podía paralizarte momentáneamente de miedo. Pero teníamos que seguir. No había vuelta atrás.
Por aquí arriba ya no había escapes en ninguno de los laterales. O se subía del todo, o se bajaba arriesgando la integridad.
Cuanto más arriba estábamos, más complicado se veía el asunto. Pero ya casi en la zona final, donde había que trepar con manos y pies un par de resaltes de un par de metros de altura que daban muy poca seguridad, descubrimos algo. El corredor por el que habíamos estado subiendo se iba estrechando cada vez más, hasta estar encajado entre paredes de roca. La pared izquierda era normal, de caliza desgajada; pero en la pared derecha había algo que no debería estar ahí. No de esa forma. No al descubierto. No en la superficie.
Que, ¿por qué? Pues porque... ¡era un espeleotema! ¡Una colada de calcita que ocupaba un tramo de pared de unos 10 metros! Eso nos llevó a pensar que todo este corredor por el que subíamos hace mucho, mucho tiempo, debió ser una cueva. ¡Y vaya cueva! Debía ser impresionante, viendo la configuración de las rocas.
Esta teoría, de que ahí había una cueva, encaja con el desgaste irregular que han sufrido las rocas de la zona, en algunos puntos muy desgastadas, y en otros no tanto, como si esos sitios hubiesen quedado expuestos al exterior en una época más tardía que los más deteriorados a causa de los elementos. Eso sí... debido a que estaba en un sitio de enorme inclinación y donde había que realizar un par de trepadas delicadas, no nos paramos a sacar alguna foto o vídeo de esta curiosa pared subterránea que está en el exterior (ahora me arrepiento), pero para mí quedó bastante claro que era una colada igual que las que se forman en las cuevas, y no una cascada seca de toba ni nada del estilo.
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Ésta no es la que nos encontramos, pero la pongo para que, quien no sepa lo que es una 'colada de calcita', se haga una idea. |
Ahora, las vistas desde arriba... espectaculares.
Éste es el punto por donde finalmente escapamos de los Covachuelos. Quiero volver a ojear un par de sitios que vi desde allí arriba, pero subiré por otro lado... que vaya tela.
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