Esta vez, os voy a dejar el enlace al vídeo que he subido a Youtube (aquí no me deja porque 'pesa' demasiado), antes de daros la brasa con la crónica de la entrada. Y si veis que os interesa el rollo, pues o entrenéis en leerla... ¿no? (aunque, yo lo recomiendo, para entender también mejor el vídeo...)
Ésta va de cuevas.
Dejo también por aquí la topografía para que os hagáis una idea de lo que supone meterse ahí...
Volvemos al subsuelo de la serranía. Ahora, cerca de Cuenca
capital. Vamos con los antecedentes:
Hermano Errante y yo, lo teníamos claro. Lo llevábamos
postergando ya mucho tiempo, pero ambos sabíamos que nos teníamos que enfrentar
a este reto y, unos días antes de hacerlo tuvimos la siguiente conversación:
-
Hermano
Errante: Bueno, ¿qué? ¿Hacemos espeleo este domingo que viene? Tenemos
pendiente aún Royo Malo…
-
Yo:
Vale, pero con la lluvia que cayó el otro día… no sé cómo estará la Cueva de
Royo Malo… de hecho, vi una publicación en Instagram de la semana pasada y aún
había agua en la boca.
-
Hermano
Errante: Entonces… ¿a cuál vamos?
A esta pregunta siguió un silencio de unos segundos, tras el
cual nos miramos al mismo tiempo y, nos comprendimos a la perfección (por algo
somos hermanos). No hizo falta mencionar la elección, pues ambos pensábamos en
la misma cueva. Tocaba sufrir. Tocaba ir a donde habíamos evitado ir hasta
ahora. Tocaba meterse en la infernal Cueva de la Solana.
La habíamos evitado hasta entonces, por varios motivos: su
longitud, sus características y lo que nos había contado Padre Errante y la
gente del grupo espeleológico Lobetum, del cual formamos parte.
La longitud de esta cavidad, la convierte en la tercera más
larga de la provincia, con un total topografiado de 5.264 metros. Se empezó a
explorar allá por 1964 (donde ya se conocía gran parte de su desarrollo) y ya
en 1974 se tenía una primera topografía (del Grupo Espeleológico Minas de
Madrid) que convertía a esta cavidad en la 7ª con más desarrollo de toda
Europa. Más tarde se descubrirían grandes sistemas subterráneos que dejarían a
esta cueva muy relegada en ese ránking.
En cuanto a sus características, lo que nos habían dicho, y
confirmamos con esta visita, es que en los primeros 900 metros no hay donde
ponerse de pie. El techo de la galería principal hasta ‘El Caracol’ es bajo y
no permite más que gatear o reptar, lo que hace que sea imprescindible llevar
rodilleras… además de que el suelo, donde no es de arena, es de roca con bordes
cortantes y picos que acaban pinchándote por todo el cuerpo (yo salí con una
tibia sangrando y una puñalada, que me dio el techo, en el omoplato izquierdo).
Otra característica de esta cueva es que presenta una zona
laberíntica en la que no es nada difícil perderse, y se hace necesario llevar
reflectantes para colocarlos en los pasos confusos para que nos ayuden al salir,
aunque es verdad que, con tantos visitantes como ha tenido en todo este tiempo,
está bastante bien marcada con flechas que indican la salida. Por nuestra parte
no tuvimos ninguna pérdida, ya que Hermano Errante iba consultando la topografía
y anotando los tiempos que tardábamos en llegar a cada zona para saber
exactamente dónde estábamos y hacia dónde debíamos ir en cada momento. También
nos llevamos señales reflectantes (placas de metal con adhesivo de color
reflectante fabricados por Hermano Errante), una brújula para poder orientar la
topografía y leerla correctamente, y la inestimable descripción de algunos
miembros del grupo espeleológico conquense Lobetum, que fueron los que hicieron
la topografía definitiva de esta cueva. Se la conocen al dedillo, ya que
tuvieron que meterse en ella nada menos que 13 veces (de las cuales Padre
Errante participó en 9) hasta completar la topografía (el plano, vamos) de sus
más de 5 kilómetros de infernales galerías.
Por lo expuesto anteriormente es por lo que habíamos ido
postergando la entrada a esta cueva: poco recomendable para ver cosas bonitas y
mucho para sufrir. Dice Padre Errante que, entre una incursión para topografiar
y otra, tenían que dejar pasar al menos una semana para calmar los dolores
provocados por las 8 horas de la sesión anterior, antes de poder volver a
meterse… y es cierto. Sales de allí destrozado, agotado, dolorido y perjurando
que no volverás nunca jamás. Es una gran paliza. Solo para masoquistas.
Esta cueva es totalmente fósil (no hay cursos de agua ni
espeleotemas en su interior), aunque hay crónicas que dicen que en los años 40
hubo una época de grandes lluvias en que salía un río de la boca de la cueva.
Alterna zonas de suelo arenoso (zonas bajas de la cueva) con otras de suelo calizo
deformado por la erosión del agua y con bordes cortantes y pinchos por todas
partes (en las zonas de bajada de aguas), aunque la cueva es bastante llana ya
que no hay apenas variación de altura con respecto a la boca de entrada.
La boca se abre justo junto a la carretera que sube a la
Ciudad Encantada, frente al pueblo de Valdecabras. Durante las obras de
reacondicionamiento de dicha carretera casi tapan la boca de acceso, por lo que
la gente del grupo Lobetum hizo un muro evitando que la cegasen de arena, y
dejando el hueco justo para pasar. Tras esta entrada ya se augura lo que nos
vamos a encontrar: suelo bajo (un metro o metro y pico de altura media) y
ninguna formación curiosa.
Tras avanzar unos 10 minutos, nos plantamos en la Sala del
Jamón. Es una pequeña sala que hace como una burbuja en la monótona galería
principal. No es lo suficientemente alta como para ponerse en pie, pero es un
respiro comparado con lo que nos encontramos antes y después. En ella hay una
roca colgada con una cinta, como si fuese el hueso de un jamón terminado. De
ahí el nombre de la sala.
Después de esto, más monotonía de arrastrarse y gatear. Así
hasta llegar al Teléfono, donde debíamos ir por el ramal de la derecha, ya que
el de la izquierda, aunque se junta más adelante con éste, es más duro para
avanzar. Aun así, es bastante duro aun con rodilleras… pues el suelo es
tremendamente irregular y no es fácil encontrar apoyos. Padre Errante dice que
hace años había un teléfono (sería un genéfono, que es un teléfono autónomo
para ser empleado donde no hay electricidad) en este punto. Lo habían instalado
los primeros exploradores de esta cavidad, allá por los 70. Ahora no había
nada. En llegar al Teléfono tardamos 47 minutos desde la boca y a su salida
colocamos un reflectante para coger el mismo camino a la vuelta.
Después del Teléfono, que es bastante estrecho, la sección
se abre un poco hasta llegar a La Ese, unos 10 minutos después de haber pasado
el Teléfono, que se encuentra a unos 75 metros de distancia. Haciendo un
cálculo sencillo se puede ver que se avanzan unos 7 metros y medio por minuto
en esta sección de la cueva, que no es de las peores... para hacerse una idea
de lo duro y cansado que se hace meterse aquí.
Después de La Ese, más terreno monótono, pero ya encontrando
algunas gateras laterales que por lo estrecho e intrincado de su sección no
invitaban a intentar meterse por ellas. Más adelante empiezan a salir gateras
más grandes, pero que no invitan tampoco a intentar siquiera entrar. Llegamos
así, 300 metros más delante de La Ese (que cubrimos en 32 minutos desde allí.
En 1 hora y media desde la boca) al Fetén, que Padre Errante nos contó que se
llamaba así porque, cuando estuvieron haciendo la topografía encontraron allí
un paquete de tabaco vacío de la marca “Fetén” que habían dejado allí los
primeros exploradores.
El Fetén tiene unos 100 metros y en su estrecha parte final
conecta con el Caracol, que es el paso clave de esta cueva, pues de aquí ya
parten diversas galerías hacia la zona laberíntica de la cueva de la Solana. Es
el centro neurálgico.
En llegar al Caracol hemos empleado 1 hora y 39 minutos
desde la entrada, avanzando a un buen ritmo, pero el desgaste a se va notando.
El Caracol, se llama así porque hace un poco como una escalera de caracol. Me
explico: llegas de la estrecha zona final del Fetén y parece que la galería se
acaba, pero gira bruscamente 180º hacia la derecha, y cuando haces la curva te
encuentras en una pequeña salita donde convergen dos galerías y una ventana a
una galería colgada. Hacemos una parada, nos comemos unas barritas energéticas,
reponemos agua, nos orientamos con la topografía y la brújula y nos encaminamos
primeramente hacia el sifón. Más tarde tendremos que volver a este sitio para
coger la otra galería que parte de aquí y se dirige a la Galería del Aragonito
y el Oasis, que es la zona más alejada de la boca de la cueva. En el Caracol
dejamos otro reflectante para guiarnos a la vuelta.
Al rato estábamos en la Sala de la Arena, desde donde parten
más galerías hacia zonas laberínticas. Esta sala, evidentemente se llama así
porque está cubierta de arena, pero permite ponerse de pie y estirar los
músculos de la espalda y el cuello, castigados ya de tanto arrastrarse. De esta
sala también parte una galería que conecta con el Laberinto, pero nosotros
íbamos hacia el sifón. Aquí dejamos la saca que portábamos y cogimos solamente
agua para llevar en otra pequeña mochila que se porteaba mucho mejor, al ser
más pequeña. Desde la sala de la Arena la galería que nos lleva al sifón es
alta, y se puede caminar por ella un tramo, pero después el techo va bajando de
nuevo hasta hacer que la galería sea un laminador (muy ancho, pero con muy poca
altura) por el que vamos reptando sobre dunas de arena. Este tramo de unos 300
metros lo recorrimos en 25 minutos, y así llegamos al sifón.
Llevábamos ya 2 horas y 28 minutos arrastrándonos bajo la
montaña y ahora ante nosotros había un pequeño lago de quietas aguas turquesas.
A la derecha, una chapa con un hilo de Ariadna colocado allí cuando se exploró
el sifón que, por otra parte, se ciega y no hace continuar la cueva.
Breve descanso y vuelta a la Sala de la Arena. De ahí al
Caracol llevando ya 3 horas y 19 minutos dentro de la cueva. En el Caracol
dejamos nuevamente la saca grande y con la comida y el agua en la mochila
pequeña, cogemos la galería que nos llevará hacia El Aragonito, que también
queríamos ver en esta entrada. Salimos del Caracol y, esto ya no es como la
zona de la que venimos de ver el sifón. Aquí no hay arena. Hay que gatear y
arrastrarse sobre roca dura, de nuevo por una galería estrecha y de techo bajo.
Llegamos hasta un cruce que creíamos que nos podría presentar alguna dificultad
o confusión al salir, pero ‘in situ’ lo vimos bastante claro, y no pusimos
reflectante. Un poco más adelante y llevando ya 4 horas y 2 minutos de recorrido,
paramos 20 minutos a comer y reponer energías, que ya estaban bajo mínimos.
Cuando empezábamos a quedarnos fríos de estar parados,
continuamos. Ya estábamos prácticamente en la Galería del Aragonito, llamada
así por las formaciones cristalinas de mineral de carbonato de calcio que
aflora en esta zona. Esta Galería del Aragonito avanza en sentido a la entrada,
corriendo paralela a la galería principal, pero alejada de ella. En esta zona
también se puede ir de pie, con concreciones a los lados de la galería y
brillos de aragonito que destellan por todas partes al mover nuestras linternas
frontales.
En este punto, al ver que se avanzaba rápido, nos vinimos
arriba y seguimos hacia adelante a ver si llegábamos hasta el Oasis, pero ya
estábamos muy cansados y cuando la sección de la cueva se volvió nuevamente
estrecha y dura, nos paramos para dar media vuelta e ir hacia la salida. En
llegar a este punto empleamos un total de 4 horas y 22 minutos (4 horas y 44
minutos contando también el tiempo de comida). Estábamos a la altura de la
trigésima gatera lateral que sale (están numeradas con pintura verde). No
llegamos finalmente al Oasis. Desde aquí aún nos quedaban aún más de dos horas
hasta volver a ver la luz del sol. Más de dos horas, en las que ya las fuerzas
no iban más que justas para abrirse camino entre la oscuridad a un ritmo mucho
más lento que el que llevábamos a la entrada.
Nos pareció muy raro algo en esta zona... aquí, por la
Galería del Aragonito, encontramos 3 murciélagos hibernando. Tan lejos de la boca
de la cueva es extraño, pues no se adentran hasta tan profundo. Sabemos que en
esta zona, y por la zona de la Sala de la Arena se está muy cerca de la calle.
De hecho, los de Lobetum encontraron una cueva en un vallejo cercano a
Valdecabras, que tiene la misma sección que esa parte de la Cueva de la Solana
y que corre en la misma dirección, así que, seguramente antaño conectase y
hubiese ahí una nueva boca para esta cavidad… pero se encuentra cegada.
Picaron, pero con consiguieron desobstruir lo suficiente. Esos murciélagos que
vimos debían haber entrado por algún hueco o alguna de las gateras laterales
que nos encontrábamos, que son intransitables para nosotros.
Ya estaba bien hasta ahí. Nos dimos media vuelta en este
punto.
Volvimos recogiendo los reflectantes que habíamos dejado
(incluso aprovechamos y recogimos basura que algún desconsiderado había dejado
cerca de la zona del Caracol para sacarla al exterior) y en un total de 6 horas
y 48 minutos nos habíamos enfrentado al infernal recorrido de la Cueva de la
Solana, saliendo completamente agotados y doloridos, pero con una sonrisa
estúpida dibujada en la cara.
Y, eso es todo por esta entrada. Echadle un ojo al vídeo y,
si vais a meteros ahí, hacedlo con cabeza y con alguien que conozca el lugar.
No es fácil de recorrer y no hay que olvidar llevar abundante agua, reflectantes y rodilleras.
¡Hasta la próxima lectores errantes!
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